La certeza o el conocimiento seguro y claro que una persona tiene sobre algo, no es nada más que un intento desesperado por tener control sobre nuestras vidas. Es la falsa idea de haber hallado una respuesta a tantas dudas a las que nos hemos encontrado de frente.
Empecemos por el hecho de que muchos de nosotros no somos mucho más que una red de pensamientos o ideales a los cuales nos aferramos cada segundo en el que alguien nos cuestiona. La pregunta acá es ¿Cuál es el riesgo que corremos cuando nos aferramos a nuestras creencias? Muchos decimos “no crecemos, no maduramos, no tenemos mente abierta, seguimos dormidos, etc.” Pero yo me pregunto que nos lleva a pensar que el cerrarnos en nuestra forma de ver la vida es algo negativo.
Partiendo de que tenemos un manera de pensar propia, la cual en muchos casos es un reflejo claro de nuestra familia y círculo en el que nos desenvolvemos, muchos vivimos creyendo que esa forma en la que vemos la vida es la correcta. Las personas pacíficas creerán que conocen el mejor paso a seguir, otras personas pensarán que llevamos muchos años esperando pacíficamente y que ya es hora de actuar, incluso de manera violenta. Ni que decir de las religiones, equipos de fútbol, música, comida, política y muchas otras cosas. Es evidente que somos maestros en el arte de aferrarnos a una idea y probablemente en pensar que los demás están mal.
¿Será entonces que es momento de cambiar?, ¿acaso es necesario buscar a los más “despiertos”?, decía Facundo Cabral. ¿Y si esa no es la respuesta?. Últimamente he llegado a la conclusión de que eso no es necesario. Como seres pensantes que somos, hemos llegado a creer que por estudios, experiencias, o esfuerzo, lo que pensamos o nuestra forma de ver la vida es más válida que la de los demás. Creo que disfrutamos tanto de la validación que las personas que nos escuchan le dan a nuestra ideas, que caemos en lo más profundo de nuestro ego. Al final, terminamos siendo presos o esclavos de nuestra “certeza”, que hoy es más frágil que nuestra confianza en nosotros mismos.
Existen las personas que creen en un ser superior llamado Dios, pero al mismo tiempo ese Dios es visto de distintas maneras por cientos de religiones. ¿Cuál es el verdadero Dios? Por supuesto que el mío. Hay otras personas que se enfocan más en la filosofía o en la ciencia y adivinen que… ellos también tienen la respuesta. Existen las personas que piensan que menos es más, también existen personas que piensan que la vida es para trabajar y producir porque para descansar está la muerte… y bueno, existen muchas personas más.
Tomando en cuenta todo lo anterior, ¿cuál es la mejor forma de vivir?. Puede ser que la encontremos en los libros de Wayne Dyer, Gabor Maté, Eckhart Tolle, Miguel Ruiz, y sí, también puede que la descubramos en la religión, en la comida, el deporte, la televisión, o en algún otro lugar. Pero al final del día, ¿cómo sabemos que ahí está la respuesta? ¿De dónde sacamos las certeza de saber que la manera en la que vivimos es la mejor? Para algunos de la fe, para otros de la ciencia, para otros más de la belleza de la naturaleza pero la verdad es que no existe certeza de nada. La única certeza que existe es que como seres humanos necesitamos de algo que nos diga que estamos bien, que nos haga sonreír, despertar cada día con ganas de vivir y con propósitos u objetivos a cumplir a corto, mediano y largo plazo.
En resumen, en este momento de mi vida pienso que nadie está equivocado y también pienso que nadie tiene la razón. Por ahora creo que es bastante egocéntrico de mi parte creer que mi manera de vivir es la mejor. Creo que cualquiera que sea nuestra decisión con nuestras vidas lo que verdaderamente importa es el efecto que tiene en las mismas. Y claro, por medio de escribir y pensar soy feliz en este momento. No hay necesidad de que nadie lo apruebe o lo valide.